Historias de la Biblia hebrea
CÓMO SE ADORABA A DIOS EN EL SANTUARIO

Historia 28 – Levítico 1:1-13; 8:1-13; Éxodo 27:20, 21
Cada mañana al amanecer, el sacerdote iba al altar que estaba afuera del santuario para poner madera fresca en el fuego. Este altar siempre tenía que estar encendido. Dios mismo lo había empezado y los sacerdotes tenían la responsabilidad de mantenerlo siempre vivo. Hasta cuando tenían que transportar el campamento, cargaban el altar con brasas vivas y cuando llegaban a su destino le echaban más leña, nunca se apagaba.

Cada mañana y cada tarde, el sacerdote llevaba brasas del altar que estaba afuera del santuario y las ponía en tazones que estaban colgados con cadenas llamados sensores, en las brasas se ponía una goma aromática llamada incienso para dar un aroma agradable. El sacerdote se metía al lugar santo cargando el incienso, y lo descansaba en el Altar dorado del incienso junto al velo. Como a eso de las nueve de la mañana, el sacerdote traía un corderito, lo mataba y juntaba la sangre en un lavabo. Después ponía el animal con la sangre encima en la leña ardiente en frente del santuario; allí el sacerdote se quedaba hasta que el sacrificio se convertía en cenizas. Este sacrificio era por todo el pueblo de Israel y se ofrecía dos veces al día. Esto sería una predicción de cuando Jesús, el Hijo de Dios daría su vida en la cruz; el Cordero de Dios dando su vida para limpiar los pecados de todo el mundo. Claro que los israelitas de ese tiempo no entendían esto ya que Cristo todavía no había nacido.

En algunas ocasiones, personas traían a un cordero para sacrificarlo para ellos mismos. El animal debía de estar sin defecto alguno, el mejor que tuvieran, porque Dios sólo aceptaba lo mejor. Se lo traía al sacerdote, le ponía las manos en la cabeza del animal mientras que el sacerdote lo mataba y lo ponía en el fuego junto con la sangre. El dueño del animal allí se quedaba en el atrio del santuario hasta que se quemaba por completo.

Cada día el sacerdote entraba al lugar santo y llenaba los candelabros con aceite fresco. En lo que llenaba las lámparas de un lado, las otras tenían que permanecer prendidas. A todas horas tenía que haber algunas con lumbre. La casa de Dios siempre era lumbrera para todos. Esto nos recuerda de Jesús cuando tiempo más adelante diría: “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8:12).

En la mesa dorada en el lugar santo, siempre tenía que haber doce panes sin levadura. Cada pan representaba a cada tribu de Israel. Todos los sábados en la mañana, el sacerdote traía doce panes frescos con incienso para la mesa. Allí alrededor de la mesa se comían los otros panes. Así el pan que le ofrecían al Señor siempre estaba fresco.

Dios escogió a Moisés y a Aarón para que fueran los sacerdotes de todo Israel, y sus hijos y descendientes serían sacerdotes también siempre y cuando se adorara en el santuario y en el templo que lo seguiría. Aarón siendo el sumo sacerdote usaba una túnica espléndida, un pectoral con piedras preciosas en el pecho y un sombrero especial llamado mitre.

Aarón, sus hijos y Moisés pertenecían a la tribu de Leví, ésta fue la tribu que le fue fiel a Dios cuando las demás estaban adorando al becerro de oro. La tribu de Leví fue escogida para ayudar a los sacerdotes en el santuario. Sin embargo, sólo Aarón y sus hijos podían entrar al lugar santo, y sólo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año al lugar santísimo, donde se encontraba el Arca de la alianza.